Crítica de cine por J.J. Durán: La La Land: ciudad de sueños y duras realidades

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Por:J.J. Durán

Antes que se apagaran las luces del cine, me pregunté cómo había llegado a sentarme en una butaca, un sábado por la noche, para ver una película donde los actores andarían bailando y cantando por la vida. ¿Acaso me había dejado seducir por el brillo de las estatuillas que seguramente ganará ‘La La land’ en la próxima entrega de los premios Oscar? ¿O acaso el elogio unánime por parte de la crítica fue la que actuó como un imán atrayéndome a la boletería más cercana?
Lo cierto es que en el minuto exacto que comenzó la función comprendí que ya no había vuelta atrás: vería un nuevo musical creado por la maquinaria hollywoodense de hacer palomitas de maíz.
Y sí, es cierto, no soy muy fan de los musicales. Jamás tendría en mi Top Ten a clásicos como ‘Cantando bajo la lluvia’ o ‘Amor sin barreras’, y nada hacía pensar que ‘La La Land’ no correría la misma suerte.
Pero el maravilloso plano secuencia del arranque, con un enorme taco en una de las autopistas de Los Ángeles, que transforma a sus agobiados conductores en bailarines que brillan bajo el sol, de inmediato puso mi radar detecta obras maestras en alerta.
La historia es conocida y no por eso uno queda con el sabor amargo del cliché. Aquí el sueño americano cobra vida en las aspiraciones de actriz de Mia, una mesera que trabaja en una cafetería de los estudios Warner y de Sebastian, un artista que anhela algún día instalar un club de Jazz, pero que en la vida real desperdicia su inmenso talento en un restaurante donde está condenado a tocar aquellas melodías que de muy conocidas acaban por hacerlo desaparecer detrás de un piano. Y cómo no, a esta pareja de soñadores, los termina uniendo una carretera en una misma dirección, hilvanándose una historia de amor nada cursi, empalagosa ni ingenua, que los conducirá al dilema de si sus grandes ambiciones por alcanzar la cima amenazarán por dejarlos finalmente en caminos opuestos.
En esta película, Ryan Gosling fue capaz de hacernos reír con sutiles gestos, casi imperceptibles, cuya actuación contenida es perfectamente complementada por Emma Stone y sus ojos que son los más expresivos del cine actual.
Mérito aparte tiene Damien Chazelle, director que fue capaz de pasar de las baquetas ensangrentadas (de su ópera prima: Whiplash) a los bailes de tap y claqué (de ‘La La Land’) con pasmosa naturalidad. Pues, más allá de la supuesta distancia entre estas dos películas, hay un puente llamado Jazz que las une. En Sebastian (Gosling) esa pasión melómana me recuerda al salvaje personaje Dean Moriarty de la novela ‘En el camino’ de Kerouac: sentado en la oscuridad de un club de Jazz, imaginándomelo con las palmas siguiendo el ritmo de la música proveniente del escenario, gritando a la banda: “¡sigue, sigue, sigue!”, mientras un trompetista mantiene una nota alta con los carrillos hinchados y la frente perlada de sudor.
Y precisamente esas imágenes, esa obsesiva atención por los detalles en el transcurso del filme, como la de aquellos dedos que aporrean las teclas de un piano bajo una luz cenital, o la imagen de una trompeta que va fundiéndose en negro a medida que el zoom nos acerca a las entrañas de aquel instrumento, son las que hacen de Chazelle un director con un sello propio, capaz de resucitar el mundo de los musicales.
Desde luego, no es una obra maestra, y algunos detractores dirán que el filme roza el formulismo; que los múltiples homenajes a la época dorada de Hollywood, como el de James Dean en ‘Rebelde sin causa’, parece una fragancia seduce estatuillas doradas; o que la diferencia entre la interpretación del conocido músico John Legend y las voces de Gosling y Stone, es muy notoria. Sin embargo, 128 minutos después, cuando las luces se encienden, de pronto me encontré en la calle bailando, agarrado a un poste iluminado, dando vueltas a su alrededor. Entonces, luego de cantar por un par de cuadras, recobré la compostura y bajé la mirada al suelo. Ahora otra emoción muy distinta me habló directamente. Y es que detrás de la paleta de colores y alegría, en esta película asoma una honda amargura.
Así, ‘La La Land’ es de aquellas obras con las que me quedaría clavado viéndola de nuevo en la tele, aun cuando tenga que arrancarle horas al sueño. Y para alguien que le dan alergia los musicales, éste es sin duda un gran logro.

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