Crítica de cine de J.JDurán John Wick 2, y una novedosa manera de utilizar un lápiz grafito

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Un mito. Una leyenda. Una especie de héroe de PlayStation. Un asesino a sueldo capaz de matar a tres hombres en un bar con un lápiz grafito, sí, no leyó mal: ¡Un lápiz grafito! John Wick (Keanu Reeves) es todo eso, menos un hombre de carne y hueso. Menos un personaje con una pizca de credibilidad. Pero bueno, mejor no busquemos hondura psicológica en un personaje construido con la única finalidad de ser el relevo de los Rambos y los Chuck Norris del mundo, por que, si realmente quisiera bucear en las complejidades del alma humana, mejor me quedo en casa leyendo una novela de Dostoievski.
Aquí, en cambio, estoy frente a una película de acción. Y mi crítica entonces tiene que adentrarse en las fronteras de este género cinematográfico, que enarbola la bandera ensangrentada de los tiroteos, persecuciones y llamaradas de fuego. Universo en el cual ‘John Wick 2: un nuevo día para matar’, logra mantenerte al borde de la butaca durante sus dos horas de duración. Y lo hace bajo el ritmo trepidante de la música electrónica y sin tomarse a sí misma demasiado en serio, gracias a sus acertados toques de humor negro.
Más allá de eso, sólo hablar que en esta segunda parte, a John Wick le aburre la pega y ya no le interesa esquivar balas y andar liquidando gente mala para ganarse el pan de cada día. Pues si es normal que a veces un hombre común y corriente caiga en una crisis existencial, por una vida vacía y llena de preocupaciones, con mayor razón para un sicario con el que se pierde la cuenta el número de cadáveres que deja en el camino con cada persecución. Encogido de hombros y con la mirada clavada en el suelo, Wick decide entonces someterse a retiro anticipado enterrando, literalmente, su pasado criminal compuesto por un arsenal bélico bajo el suelo de su mansión. El problema es que Wick tiene deudas pendientes con la mafia de la Camorra y ellos no están muy contentos que digamos con sus pacíficos deseos de jubilarse, y se lo hacen saber (cómo no) a base de explosiones.
Es así como las balas comienzan a desgarrar la carne y a estallar en las cabezas de cientos de mafiosos, en distintas secuencias como las que ocurren en túneles poco iluminados, de esos que alargan las sombras, que me transmiten la sensación de estar apretando el gatillo en un videojuego más que de estar viendo una película de acción. Así y todo, las coreografías de kung fu y armas están realizadas con elegante precisión, con el añadido de rescatar la escuela ochentera de este género fílmico, de aquella ‘vieja escuela’ que no abusaba de los efectos especiales.
Y, por supuesto, el pulgar arriba es para la escena en que una sala de espejos multiplica las imágenes de John Wick y sus perseguidores, en un tiroteo a muerte que trae a la memoria ese laberinto de cristales de ‘La dama de Shanghai’ de Orson Welles y nos recuerda también las patadas de Bruce Lee multiplicadas al infinito en los espejos de ‘Operación dragón’. Escenas que logran confundir al espectador, distorsionando lo que es real y lo que es sólo una imagen multiplicada en los espejos de aquella realidad. Y mientras continúan los balazos rompiendo cristales y dejando un reguero de sangre de sujetos caídos en desgracia, por el gatillo veloz de Wick, me doy cuenta que mi paladar de buen cine no siempre tiene que deleitarse con un caviar de obras maestras. A veces también es bueno engullirse su Cuarto de Libra con Queso.
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